sábado, 9 de febrero de 2008

UN MENSAJE INCENDIARIO



por el Hermano Pablo

La muchacha tensó el arco, ajustó la flecha en la cuerda y la lanzó al aire. La elegante saeta describió una travesía perfecta, pasando a través de una ventana abierta y clavándose en la pared de la sala. En su punta llevaba un rollo de estopa empapada en alcohol y encendida. La flecha encendida provocó un principio de incendio, que por suerte fue apagado en seguida.
La flecha flameante la enviaba, a su propio jefe, Katina Casolini, joven secretaria de Oporto, Portugal. Con esa flecha le daba al jefe el preaviso que en dos semanas más dejaba de trabajar para él.
Katina había sido discriminada en su trabajo por el color de su piel, y su mensaje, además de estopa encendida, llevaba una carga de despecho y resentimiento. Pero la estopa pudo haber destruido por completo aquella casa.
Muchos mensajes incendiarios han afectado este mundo. El célebre «Manifiesto Comunista» de Carlos Marx fue uno de ellos. Encendió a Rusia y produjo el régimen más temido del siglo veinte. Los incendiarios discursos de Adolfo Hitler en el Reichstagg fue otro. Estos terminaron precipitando al mundo entero hacia la Segunda Guerra Mundial.
Ahora bien, hay personas que, sin ser tan grandes o famosas como Marx y Hitler, saben escribir cartas incendiarias como las de ellos. Sus cartas destilan veneno de principio a fin. Son cartas que suelen hacer un daño irreparable, no sólo en las personas que las reciben sino también en las personas mismas que las escriben. Esas flechas son como semilla que a su tiempo germina, y a modo de bumerán regresan para tomar su venganza. Tarde o temprano cosechamos lo que sembramos.
Sin embargo, otro que ha escrito una carta incendiaria es Dios, sólo que la carta de Él no es de fuego destructivo. No hace daño. No provoca dolor. No produce llanto. No hiere. La carta de Dios es una carta de amor, de esperanza, de libertad, de salvación. Se llama «la Biblia», y produce armonía y tranquilidad.
La Biblia es el mensaje de amor de Dios. Es el mensaje de perdón, de reconciliación y de liberación. Es el mensaje que enciende los fuegos santos de la fe, del amor, de la justicia y de la rectitud. Es el mensaje que dice «que tanto amó Dios al mundo, que dio a su Hijo unigénito, para que todo el que cree en él no se pierda, sino que tenga vida eterna» (Juan 3:16).
Ese es el mensaje transformador que Dios envió para todos nosotros. Es nuestro. Recibámoslo, vivámoslo y disfrutemos de él. No hay otro mensaje que se le iguale.

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