La tristeza puede ser buena para el alma. Puede destapar profundidades ocultas en nosotros y en Dios.
La tristeza nos hace pensar seriamente en nosotros. Nos hace ponderar nuestras motivaciones, intenciones e intereses. Llegamos a conocernos como nunca antes.
La tristeza también nos ayuda a ver a Dios como no lo hemos visto nunca. Job dijo en medio de su terrible aflicción: «He sabido de ti sólo de oídas, pero ahora mis ojos te ven» (Job 42:5).
Jesús, el hombre perfecto, es descrito como «varón de dolores», alguien que conoció la aflicción íntimamente (Isaías 53:3). Es difícil de imaginar, pero hasta el Hijo de Dios encarnado aprendió y creció por medio del dolor que experimentó (Hebreos 5:8).
Cuando pensamos en su tristeza y en su preocupación por la nuestra, apreciamos más lo que Dios está tratando de lograr en nosotros a través de la aflicción que soportamos.
El autor de Eclesiastés escribió: «Mejor es el pesar que la risa; porque con la tristeza del rostro se enmendará el corazón (7:3). Los que no dejan que la tristeza haga su obra y la niegan, la trivializan o tratan de disculparla, son superficiales e indiferentes. Nunca se entienden muy bien a sí mismos ni a los demás.
De hecho, creo que antes de que Dios nos pueda usar mucho, debemos primero aprender a afligirnos.
La tristeza nos hace pensar seriamente en nosotros. Nos hace ponderar nuestras motivaciones, intenciones e intereses. Llegamos a conocernos como nunca antes.
La tristeza también nos ayuda a ver a Dios como no lo hemos visto nunca. Job dijo en medio de su terrible aflicción: «He sabido de ti sólo de oídas, pero ahora mis ojos te ven» (Job 42:5).
Jesús, el hombre perfecto, es descrito como «varón de dolores», alguien que conoció la aflicción íntimamente (Isaías 53:3). Es difícil de imaginar, pero hasta el Hijo de Dios encarnado aprendió y creció por medio del dolor que experimentó (Hebreos 5:8).
Cuando pensamos en su tristeza y en su preocupación por la nuestra, apreciamos más lo que Dios está tratando de lograr en nosotros a través de la aflicción que soportamos.
El autor de Eclesiastés escribió: «Mejor es el pesar que la risa; porque con la tristeza del rostro se enmendará el corazón (7:3). Los que no dejan que la tristeza haga su obra y la niegan, la trivializan o tratan de disculparla, son superficiales e indiferentes. Nunca se entienden muy bien a sí mismos ni a los demás.
De hecho, creo que antes de que Dios nos pueda usar mucho, debemos primero aprender a afligirnos.
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