por el Hermano Pablo
Fueron noventa y siete piquetes de cuchillo filoso dados con la furia de un rencor acumulado por años. Los noventa y siete piquetes los aplicó María de Guadalupe en la cabeza de su esposo, José Guadalupe. Luego envolvió el cuerpo en sábanas, lo ató con cuerdas, lo metió en la cajuela del auto y anduvo 200 kilómetros hasta tirarlo en un lugar escondido de Ensenada, México.
María había sufrido durante años la violencia de su esposo. Había recibido golpes, insultos, desprecios y amenazas. Hasta sus hijos, desde pequeños, habían sido testigos de ese trato inhumano. Cuando finalmente José intentó estrangularla, la mujer se armó de lo que tenía más cerca, el cuchillo de cocina, y con él asestó las noventa y siete punzadas en el cráneo de su marido.
¿Por qué hay tantos matrimonios que andan mal? ¿Por qué hay tanta violencia entre esposos? ¿Por qué hay tantos hogares que en vez de ser nidos de amor son cuevas de horror? Podríamos multiplicar las preguntas hasta el infinito y todavía seguiríamos preguntado: ¿Por qué?
Permítame tratar de dar algunas respuestas, y me adjudico el derecho de hacerlo por los más de sesenta años que tengo de casado.
El problema se debe a tres actitudes: el orgullo, el ensimismamiento y la rebeldía. Y por lo general, aunque no necesariamente siempre, el que más demuestra estas características es el esposo. A los efectos de este tema, defino estas palabras conforme a lo que dice quien padece de la actitud. Orgullo: «Yo valgo más que tú.» Ensimismamiento: «Sólo me interesa lo que a mí me gusta.» Y rebeldía: «No voy a cambiar por nada en la vida.»
Hay un espíritu machista en nuestro mundo, y conste que no es sólo una idiosincrasia hispana que hace que el hombre se valga de su mayor fuerza física para imponer en el matrimonio sus gustos y antojos de modo que no importe nada lo que diga la mujer. El resultado es evidente: disputas, golpes y, a la postre, divorcio.
¿Qué hacer? Todo lo posible por salvar la unión. Al salvar el matrimonio se protege la paz que los dos desean. Así se protegen los retoños que Dios les ha dado. Y se protege la intención de Dios en el matrimonio. No se puede conocer la gloria del matrimonio hasta ceder nuestro orgullo y nuestra rebeldía.
Si los dos, esposo y esposa, le piden a Dios que cambie su corazón, los problemas decrecerán y nuevas esperanzas invadirán su unión. Cristo quiere salvar todo matrimonio. En el nombre de Dios, amemos a nuestro cónyuge. El amor es una decisión. Busquemos la ayuda de Dios, y Él será el huésped invisible de nuestro hogar.
María había sufrido durante años la violencia de su esposo. Había recibido golpes, insultos, desprecios y amenazas. Hasta sus hijos, desde pequeños, habían sido testigos de ese trato inhumano. Cuando finalmente José intentó estrangularla, la mujer se armó de lo que tenía más cerca, el cuchillo de cocina, y con él asestó las noventa y siete punzadas en el cráneo de su marido.
¿Por qué hay tantos matrimonios que andan mal? ¿Por qué hay tanta violencia entre esposos? ¿Por qué hay tantos hogares que en vez de ser nidos de amor son cuevas de horror? Podríamos multiplicar las preguntas hasta el infinito y todavía seguiríamos preguntado: ¿Por qué?
Permítame tratar de dar algunas respuestas, y me adjudico el derecho de hacerlo por los más de sesenta años que tengo de casado.
El problema se debe a tres actitudes: el orgullo, el ensimismamiento y la rebeldía. Y por lo general, aunque no necesariamente siempre, el que más demuestra estas características es el esposo. A los efectos de este tema, defino estas palabras conforme a lo que dice quien padece de la actitud. Orgullo: «Yo valgo más que tú.» Ensimismamiento: «Sólo me interesa lo que a mí me gusta.» Y rebeldía: «No voy a cambiar por nada en la vida.»
Hay un espíritu machista en nuestro mundo, y conste que no es sólo una idiosincrasia hispana que hace que el hombre se valga de su mayor fuerza física para imponer en el matrimonio sus gustos y antojos de modo que no importe nada lo que diga la mujer. El resultado es evidente: disputas, golpes y, a la postre, divorcio.
¿Qué hacer? Todo lo posible por salvar la unión. Al salvar el matrimonio se protege la paz que los dos desean. Así se protegen los retoños que Dios les ha dado. Y se protege la intención de Dios en el matrimonio. No se puede conocer la gloria del matrimonio hasta ceder nuestro orgullo y nuestra rebeldía.
Si los dos, esposo y esposa, le piden a Dios que cambie su corazón, los problemas decrecerán y nuevas esperanzas invadirán su unión. Cristo quiere salvar todo matrimonio. En el nombre de Dios, amemos a nuestro cónyuge. El amor es una decisión. Busquemos la ayuda de Dios, y Él será el huésped invisible de nuestro hogar.
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