por el Hermano Pablo
Las luces del tránsito bailaban ante los ojos de Dennis Jewell. Los árboles parecían bambolearse y aumentar de tamaño. Las casas amenazaban con venírsele encima.
Las líneas demarcatorias de las vías de la calle, normalmente rectas, ondulaban como serpientes, y Dennis mismo ondulaba con ellas. Pero todos estos fenómenos no existían en realidad. Estaban dentro de su cabeza, pues la tenía llena de alcohol.
En un cruce de calles se pasó una luz roja y atropelló a una joven madre con sus cuatro hijitos. Lo condenaron a setenta y cinco años de cárcel por matar a cinco personas mientras manejaba borracho.
El suceso ocurrió en San Bernardino, California. Pero pudo haber ocurrido, y de hecho ocurre, en cualquier parte del mundo. Es que por todas partes personas sin conciencia, sin disciplina y sin alma empuñan el volante de un automóvil con el cerebro intoxicado.
¿Por qué se emborracha la gente? Se dice que en el caso de muchas personas emborracharse es un atavismo, es decir, que generaciones de alcohólicos siguen viviendo en las células de su cuerpo. Otros dicen que es una costumbre adquirida, no que hayan nacido alcohólicos sino que se hicieron alcohólicos viendo tomar a otros.
Lo cierto es que para muchos el alcoholismo es una salida, un escape, una manera de adormecerse, de calmar una pena, de mitigar el dolor, de olvidar una desgracia. Y para otros el alcohol es simplemente un gusto, un placer que se dan, sin advertir que cada gota de alcohol introducida al organismo es como un diminuto soldado del ejército del diablo.
El alcoholismo, no importa cuán atractiva sea la propaganda de los licores, es una servidumbre, una esclavitud, una enfermedad, una degeneración, una ruina, una muerte. Y no lo es sólo para los que se dejan esclavizar por el alcohol. Lo es también para las personas con las que el alcohólico tiene contacto.
Para librarnos de esa ominosa fuerza hay un poder a nuestra disposición. Es el inagotable e infinito poder de Dios. Jesucristo, el Señor viviente, quiere y puede volver abstemio a cualquier alcohólico. Este, por cierto, es el testimonio de miles. Cuando ponen su vicio en manos de Dios, atestiguan que Él ejerce su poder para librarlos.
Las líneas demarcatorias de las vías de la calle, normalmente rectas, ondulaban como serpientes, y Dennis mismo ondulaba con ellas. Pero todos estos fenómenos no existían en realidad. Estaban dentro de su cabeza, pues la tenía llena de alcohol.
En un cruce de calles se pasó una luz roja y atropelló a una joven madre con sus cuatro hijitos. Lo condenaron a setenta y cinco años de cárcel por matar a cinco personas mientras manejaba borracho.
El suceso ocurrió en San Bernardino, California. Pero pudo haber ocurrido, y de hecho ocurre, en cualquier parte del mundo. Es que por todas partes personas sin conciencia, sin disciplina y sin alma empuñan el volante de un automóvil con el cerebro intoxicado.
¿Por qué se emborracha la gente? Se dice que en el caso de muchas personas emborracharse es un atavismo, es decir, que generaciones de alcohólicos siguen viviendo en las células de su cuerpo. Otros dicen que es una costumbre adquirida, no que hayan nacido alcohólicos sino que se hicieron alcohólicos viendo tomar a otros.
Lo cierto es que para muchos el alcoholismo es una salida, un escape, una manera de adormecerse, de calmar una pena, de mitigar el dolor, de olvidar una desgracia. Y para otros el alcohol es simplemente un gusto, un placer que se dan, sin advertir que cada gota de alcohol introducida al organismo es como un diminuto soldado del ejército del diablo.
El alcoholismo, no importa cuán atractiva sea la propaganda de los licores, es una servidumbre, una esclavitud, una enfermedad, una degeneración, una ruina, una muerte. Y no lo es sólo para los que se dejan esclavizar por el alcohol. Lo es también para las personas con las que el alcohólico tiene contacto.
Para librarnos de esa ominosa fuerza hay un poder a nuestra disposición. Es el inagotable e infinito poder de Dios. Jesucristo, el Señor viviente, quiere y puede volver abstemio a cualquier alcohólico. Este, por cierto, es el testimonio de miles. Cuando ponen su vicio en manos de Dios, atestiguan que Él ejerce su poder para librarlos.
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