lunes, 28 de enero de 2008

DESTINO: LA BASURA


por el Hermano Pablo

La policía halló a la recién nacida, Ascensión Meléndez, tirada en la basura. La madre vivía en una habitación pobre, sin luz, sin calor, sin muebles y sin servicios higiénicos. Tres niños pequeños, sucios y sin ropa, jugaban en el piso. Y otra criaturita de diez meses estaba descuidada en un rincón.
Al detener los agentes a la madre, Jésica Chávez, de veinticinco años de edad, ella dijo: «¿Qué puedo hacer? No tengo trabajo, no tengo dinero, no tengo marido. Y mis hijos, como quiera, no tienen otro destino que la basura.»
Cinco hijos. Cinco hermanos. Cinco niños. Todos con un solo destino: la basura. Así reflexiona esta pobre madre de apenas veinticinco años de edad.
El confrontarse con situaciones como ésta confunde a muchos. Cuando una madre siente que tiene que tirar sus hijos a la basura porque no tiene lo necesario para cuidar de ellos, algo en nuestra sociedad anda mal.
¿Quién tiene la culpa? ¿Será culpable la sociedad materialista, fría e implacable? ¿Será culpable el machismo, que tiene a la mujer sólo como un utensilio de placer y abuso? ¿Será culpable una religión sin fuerza espiritual, que sólo ofrece ceremonias inertes y creencias vacías? ¿Será culpable la familia, que no le da a los hijos la fuerza moral para vencer en la vida?
Lo más fácil, pero también lo más deshonesto, es buscar a quién echarle la culpa. Racionalizaciones y criterios hay muchos. Los gobiernos deben cuidar de sus pobres. Son muchos los necesitados y no hay manera de resolver los problemas de todos. Los hombres deben dejar el vicio y trabajar para que no exista tal indigencia. La vida es así, y nadie va a cambiarla.
Estas, y otras muchas razones como ellas que sólo son excusas, son las que pretendemos dar, y con esto aparentamos no ser responsables.
Un niñito andaba por la playa tirando de vuelta al mar, una por una, bastantes estrellas de mar que se habían encallado. Alguien le dijo:
—¿Crees tú que con eso podrás marcar una diferencia?
El niño miró al pez que tenía en la mano y contestó:
—Para éste sí.
Y con eso lo regresó al agua.
No seamos indiferentes ante el dolor del mundo. Si no fuera por la gracia de Dios, así seríamos todos. Tengamos compasión. Si no podemos solucionarlo todo, cuando menos resolvamos el problema del que está cerca de nosotros. Nosotros somos las únicas manos que Dios tiene en esta tierra. Hagamos lo que está a nuestro alcance.

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