jueves, 24 de enero de 2008

DIAMANTES DE CONTRABANDO







por el Hermano Pablo


Era un puñado de diamantes, pero diamantes en bruto, gruesos como garbanzos. Juntos pesaban casi medio kilo, y en las manos del contrabandista fulguraban con todo esplendor. Pero cuando Bert Stevensen trató de hacerlos pasar por el aeropuerto de Oslo, Noruega, lo descubrieron.
¿Qué hizo entonces? Se tragó el medio kilo de diamantes. Al fin de cuentas, pensó él, «los diamantes duran para siempre».
No habían pasado diez minutos cuando sintió atroces dolores de estómago. Llevado al hospital, murió a la media hora, de grave hemorragia estomacal.
Una poetisa inglesa, Anita Loos, escribió: «Un beso cálido, dado en la mejilla, es bello. Pero un brazalete de diamantes, puesto en el brazo, es eterno.» La frase «los diamantes duran para siempre» se ha hecho muy conocida. La emplean los negociantes de las preciosas gemas en su propaganda comercial.
Eso fue lo que pensó Bert Stevensen el contrabandista al tragarse los diamantes, soñando con la ganancia que obtendría. Pero no contó con que si los diamantes son capaces de cortar hasta el acero más templado, ¡cuanto más las fláccidas paredes del estómago! De ahí la hemorragia masiva que lo mató.
No debemos tragar nada que no sea comida digerible o medicina beneficiosa. Si tragamos cualquier cosa ponzoñosa, ya sea limaduras de hierro, vidrio molido o, como en este caso, diamantes en bruto, sufriremos consecuencias mortales.
Sin embargo, debieran interesarnos otros diamantes, otras cosas ásperas, que si las tragamos, también han de matarnos. Si nos tragamos una pena, un rencor, una amargura, sufriremos la ruina de nuestra alma. Si ignoramos una ofensa, una herida, un agravio causado a otro, sufriremos la pérdida de la tranquilidad.
El salmista David sabía lo que es callar y lo que es confesar. «Mientras guardé silencio —dijo él—, mis huesos se fueron consumiendo por mi gemir de todo el día.... Pero te confesé mi pecado, y no te oculté mi maldad» (Salmo 32:3-5).
Los pecados no confesados son como piedras, como clavos, como diamantes ásperos en el estómago. Afectan en forma mortal el alma, destruyendo psicológica y espiritualmente nuestro ser.
Reconozcamos las infracciones que nos mantienen alejados de Dios. Si hemos pecado, confesemos sinceramente nuestra maldad y pidámosle perdón a Dios nuestro Salvador. Sólo en Él encontraremos el reposo, la armonía y la paz que tanto necesitamos. No continuemos tragándonos diamantes de contrabando.

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